I
Mientras el Ferry alcanza los treinta nudos de velocidad los recuerdos se caen a pedazos en mi mente, la geografía que se despliega frente a mi ocupa todo el plano: el agua brilla como un inmenso asfalto ondulante y al fondo se ven el faro y las primeras luces de la Ciudad del Ocaso. Lágrimas de sincera felicidad borotan de mis ojos, ocultos por mis anteojos marrones de carey. La muchacha hermosa que viaja delante de mí parada junto a la barra de expendio de bebidas y alimentos mira por la ventanilla y lleva unos auriculares. Cuando hacemos fila para decender sigue abstraída, mirando por los cristales marroes de sus gafas. Su belleza me parece una buena premonión, decido tomarlo como un buen augureo.
Bajé del Ferry y caminé por el puerto afiebrado de sol tratando de encontrar un taxi. En el playón donde estaba el estacionamiento vi la parada de taxis y aborde el primero de la fila. Llevaba un bolso mediano con algunas mudas colgando del hombro, en el bolso llevaba también una libreta con direcciones, notas y números de teléfono y un libro de poemas de Johny Barlycorn. Le dije al chofer que me llevara hasta un barrio llamado “Alborada”, al número 19 de la calle Fénix, frente a la puerta de la casa de Candela.
Cuando toqué a la puerta de chapa con mis nudillos el corazón me saltaba del pecho. Después de diez segundos la puerta se abrió y Candela, brillando como un ser de luz, apareció descalza, vestida con
unos jeans y una remera sin mangas roja, con una estrella dorada en el pecho, se quedó apoyada en el marco de la puerta sonriendo y me dijo:
- ¡Hola, por fin nos conocemos!
II
Quedan los interminables pensamientos sobre todas las cosas flotando en el aire de las horas que han pasado, consumiendo la claridad natural del sol, para dar lugar a la noche basta de este lado del planeta. Música de rock acciona las teclas y el frío glacial está afuera soplando su aliento de espejo en mi ventana.
Tengo sobre mi escritorio el manuscrito de Johny Barlycorn. Una novela fantástica de aventuras que trata sobre las peripecias de Jacobo Nowerman y sus amigos. Son las cuatro de la mañana y me digo que quizá debería descansar para levantarme mañana, para ir a las destartaladas cocinas, donde arden las llamas de la gastronomía loca de las grandes urbes y las ratas y las cucarachas evolucionan. Yo sólo tengo ganas de escribir estos pensamientos vagos, que me mantienen en vela a estas horas, en esta soledad invariable de la que estoy hecho, que me recibe como una madre metafísica y que mantiene vivo el fuego.
Mañana saldré o no de este mundo, de este refugio de letras amontonadas una al lado de la otra, para ir a ese mundo real, disfrazado para enfrentar las calles rotas del cascarón de hierro y cemento por el que corren arroyos de mierda, donde millones de personas salen a hablar de cientos de asuntos y conseguir sus cosas.
Vuelvo a hojear el manuscrito de Barlycorn, el relato de sus aventuras, vuelvo a ver a Candela. La propaganda en la televisión habla de grandes
logros, de inclusión, de nuevas oportunidades. Estoy desfasado, soy una imagen que tiembla en la realidad, una especie de espejismo.
Entre los recuerdos que tengo de mi infancia hay uno que se repite infaliblemente. Estoy sentado, a los cinco años, en la mesada de granito de la cocina de la casa de mi abuela Victoria, aprendiendo los trucos, embriagado por los olores de esa cocina, por el dulce olor del comino, las manzanas acarmeladas con canela y el jengibre en polvo; y el alucinante sabor de las mandarinas, y el reloj de pared donde aprendí a leer la hora.
El ruido de los parlantes es infernal. Espanta los fantasmas, los entretiene y no están husmeando detrás de mí, con sus caras pegadas a la mía, mirando lo que hago, o respirándome en la nuca. Recuerdo los tiempos en La Ciudad Perdida: las uñas afiladas de los vampiros que daban fiestas clandestinas en el centro. Y recuerdo cosas que les pasan en la calle a los vagos y a los dormilones del opio. Las cosas que les pasan en la calle a los vagos y a los adictos en los cuentos de terror decimonónicos.
III
Con Andrea fuimos al muelle varias veces. Ella tenía un lindo auto pequeño, de los noventa. O íbamos a la playa. Era una de las mozas del bar de Johny y amiga intima de él.
El bar de Johny se llamaba “Avante Garde” y estaba en el Histórico Barrio donde todavia los cañones apuntaban a una Fragata de fantasía. Passepartout, Jacobo Nowerman y Naninga eran los chefs y hacían todo el trabajo de la cocina, y Adriana y Monéele se habían especializado en el servicio de la coctelería.
Andrea atendía el salón.
Yo me sumé a la cocina cuando explotó la temporada, después de trabajar con el underender en “La Nave”, un restaurante de vanguardia en Utopía.
Una noche Jacobo trajo noticias de Johny. Estaba en una comisaría del primer distrito hacía dos días por riña.
Nuestro abogado y amigo David Rosenthal se ocupó del papeleo. Recuerdo a Andrea diciéndome lo mismo que estábamos pensando los cuatro al unísono, Johny estaba viejo para esos trotes. Igual habían cobrado tres matones y un par de policías. Johny se llevó una costilla rota y tres o cuatro manos en la cara.
IV
Estoy leyendo el manuscrito de la novela de Johny:
“Esa noche llovía, el Amador se mecía sobre las olas embravecidas por la luna, que era un enorme disco brillante que atravesaba las nubes como los cuerpos de luz atraviesan las ramas del bosque.
Divisé una playa abierta que parecía segura, y logré anclar la nave en las piedras del fondo, a unos doscientos cincuenta metros de la costa. Decidimos pasar la noche tomando brandy, abrí una cajas de habanos y fumamos.”
V
Bebí un par de cervezas con los cocineros, luego me reuní con mis amigos y amigas de la Editorial Pulmón y bebí ellos en al Bar Místico, me senté en la barra y me tomé dos buenas pintas. Cuando cerraron el bar pasé a ver si me vendían algo de alcohol en el bar de travestis de la vuelta, pero no tuve suerte porque ya estaba cerrado, sólo quedaba para comprar “merca” ahí en el cordón de la vereda.
En una noche de borrachera idiota una vez quedé tirado inconciente en el puerto, no me llevaron los zapatos y el dinero, pero me desperté cuando un viejo pervertido trataba de chuparme la pija.
Andrea se me clavaba como una estaca, ahora quería terminar de putas, dejé la “merca” con las “dilers” y encaré hacia una linda casona donde ver desfilar chicas lindas y maduras que por un cien me iban a dar bola.
VI
Me la pasé en cama hasta el mediodía, hasta que tuve el coraje para enchufarme a la realidad nuevamente, yerba mate, televisión, libros, azucares, hidratos de carbonos, proteínas y agua. Una vez bien colocado, escuchar música y escribir algo. Y el ibuprofeno 400 para pilotear los dolores de mi reciente regreso a las canchas de fútbol. Pero ese dolor es compensado por las cantidades industriales de felicidad química que producen los deportes.
El cachorro se tira a dormir en mi bolso que le resulta una cucha ideal, tiene toda la ropa salida para afuera, como las tripas de un tipo abierto con una navaja y tirado en un callejón.
VII
Vuelvo en el taxi de la memoria unos días atrás, y una sucesión de fiestas, días de calor y tramites se apodera de mi mente y me suelta, justo a tiempo para volver al blanco de la página. El chofer del taxi de la memoria me trae por el atajo del presente. Y me trae a la realidad, a la lucidez. Veo mi sombra proyectada en la pared. Es la de un tipo despeinado que escribe, de mala postura para sentarse. No totalmente falto de estado físico y reflejos.
la melancolía me envuelve, como un remolino de recuerdos, me devuelve a los tiempos en que viví tan desopilantes aventuras.
Naninga era el encargado de los Apetaisers aquella noche y cuando entraba la primera orden tenía unos treinta listos. Los flanes ya estaban enfriándose en la cámara de frío y teníamos varias decoraciones de toda forma y color a mano, en las mesadas de emplatado. Monéele, Adriana y Andrea nos ayudaban en ese momento con el fajinado de platos. Le habiamos dado unos amables besos a una hermosa flor de mariguana debajo de la campana y el extractor eyaculaba el exquisito, suave y dulce aroma de la mirepoix junto al delicioso aroma del cogollo maduro y azucares quemados. Todos trabajamos esa noche con un solo objetivo: la gloria. Nuestros bolsillos estaban llenos del dinero que Johny Barlycorn nos pagaba por semana y la habíamos pasado de lujo.
Así es como te lo enseñaban en el restaurante de Johny y así es como yo lo aprendí. Tu mejor capital siempre será ser mejor cocinero, no es una carrera, es una evolución que debe suceder todo el tiempo, la cocina es una intervención de la materia, también de los espacios y una música.
VIII
Cuando Johny me contó por primera vez la historia habíamos fumado y estábamos un poco borrachos, así que lo tomé con total naturalidad, con la naturalidad de estar compartiendo asuntos fabulosos, uno más de ellos. Sin embargo luego, con el transcurrir de los días, me fui dando cuenta de que tenía una buena historia entre las manos y solo tenía que negociar con mi incapacidad para contarla, pero lo importante era que tenía una buena historia entre las manos, y eso me daba la excusa perfecta para ponerme a escribir. Claro, yo sabía que con eso mi vida entrava una aventura alocada, de la que por el momento le era bien desconocido el final. Pero mi noviazgo con Andra se terminó y con el cientos de horas ocupadas en las banalidades del amor y la felicidad. Me lancé a la aventura. Fui a La Ciudad del Ocaso y conocí a Candela.
VIII
Hace tres días que el tiempo se detuvo en mí y me recliné sobre los días de televisión, mates y máquina de escribir. Hay algo en esta última parada fantástica que me hace volar más rápido que otras veces.
Debo concentrarme sin embargo, he ido perdiendo y soltando de a poco el relato, la historia escrita sobre el agua se desvanece. Candela me había contactado el verano anterior al que nos conociéramos por correo electrónico primero y luego por chat. Después de cruzar palabras románticas la relación epistolar se puso muy caliente.
Lo que sucedió esa mañana cuando Candela me abrió la puerta por primera vez fue la consumación de toda esa dulce fantasía. Yo había llevado algunos regalos y ella los abrió con inmensa felicidad, luego me tendio la mano y nos vesamos.
IX
Cuando viajé al pasado no sabía que las cosas iban a ser así. La Corporación de psiquiatría me vendió el boleto y yo tomé el tren.
Creía que había pasado por demasiadas complicaciones, pero si miro hacia atrás veo a un tipo tomándose las cosas demasiado a la ligera aun como para resolverlas. Simplemente estaba desocupado y la angustia de mi orgullo herido me dio temeridad, nada más. Yo me había preparado para las mejores aventuras, para los trabajos más duros, tenía que hacer algo con toda esa fuerza revolucionaria y vanguardista que había en mí. Y sobre todo debía resolver el asunto de combatir con los fantasmas de mi espíritu que provenían de ese más allá en el que se había convertido mi maldito pasado. Esos demonios que conspiraban permanentemente contra mi y mis objetivos de cocinar y escribir la historia. Había perdido mi ángel en medio de la aventura y debía rescatarlo.
Dejé a Candela ese día en el andén guiado por mi absoluta curiosidad por la verdadera realidad y tomé el maldito tren hacia mi libertad.
X
La toalla, el oscuro y manchado trapo mojado que envuelve la cara de Johny chorrea agua y sangre. Johny está medio muerto y colgado de las manos a una viga del techo. Ahora se ha desmallado, los ángeles cantan y la luz se abre para él.
Vine a trabajar al mar durante la temporada de verano, para juntar dinero y escapar del antro gastronómico de Ciudad Central. Anoche escuché por radio las noticias del golpe de estado en Ciudad Central y a la una de la mañana recibí la llamada de Jacobo Nowerman, recogí mis cosas y tomé el rápido de las 04:00, temiendo que fuera demasiado tarde.
En el puerto de Ciudad Central está esperándome la bella Monéele. me pregunto porqué siempre se la ve magnífica, aun en estas circunstancias. A veces sospecho que es una diosa en la tierra. Su presencia mejora mi estado de ánimo inmediatamente, me invita a subir a una coupé Mazda, me da un beso, y mientras me cuenta todas las novedades conduce velozmente a través de los ficticios oasis que le arrancan el calor y la luz del sol a la ruta de asfalto. A estas horas ya es un quilombo nacional, la noticia ya está en todos los medios.
Johny estaba en el techo del restaurante junto a sus cocineros disparando contra una columna que avanzaba a tomar casa de gobierno y tuvo que retirarse en dispersión cuando se hizo fuerte la balacera, en la retirada y a la carrera tuvo una mala caída y fue apresado. Monéele sabe que no tengo mucha práctica con armas de fuego, así que me pide que
esté al volante cuando ella y los otros entren a sacar a Johny, y me da algunas indicaciones de manejo mientras llegamos al Restaurante de Jacobo Nowerman.
Antes de bajar me da una pistola 22 cargada con seis balas y doce balas más en una caja junto con las indicaciones de como usar el seguro y como cargarla. Yo no sabía donde mierda poner el fierro que no fuera la guantera del conductor, así que lo puse ahí. Cuando me estoy acomodando en el asiento del conductor, salen Naninga y Passepartout que suben atrás y Adriana que se sienta a mi lado. Y detrás de ellos salen el underender y Jacobo Nowerman que subieron a una Kawasaki 600. Estaba también en la vereda David Rosenthal, que se iba a los tribunales en su viejo Dodge.
Fue fácil entrar, Passepartout, Adriana y Jacobo Nowerman tomaron de rehenes a los seis guardias que estaban adentro y Naninga y el underender apresaron al militar a cargo y a dos sargentos más.
El trapo que chorrea agua y sangre se hunde hacia adentro a la altura del hueco de la boca, se hunde y luego se infla como una media cereza, Johny despierta y aspira para llenar sus pulmones de aire y de vida otra vez, después de haber estado en la muerte, recuerda dónde está, está colgado de una viga, reconoce esa voz que lo llama, es la voz de Naninga.
salieron con Johny Barlycorn, que estaba picaneado y medio muerto. Monéele había sido la primera en llegar en moto y estuvo siempre en la calle, de campana. Adriana se puso en la falda a Barlycorn y nos fuimos al hospital. Estaban dando los primeros auxilios a Johny cuando empezaron a pasar por la televisión la noticia de que las fuerzas
anarquistas habían aplastado al golpe de Estado, eran las once y media de la mañana y el sol era un disco caliente y amarillo en el cielo celeste..
El viejo Barlycorn estaba mal. Pero se iba a salvar. Iba a tener que hacerse una dentadura nueva por lo pronto. Y el doctor nos recomendó varias veces, lo importante que era que no bebiera fuerte por un tiempo.
Por suerte el viejo es duro, los últimos treinta años se los ha pasado colgado de la barra y eso le salvó los brazos, sus músculos son tan fuertes como la madera de los grandes espinos del monte. Estuvo seis días en coma farmacológico y al séptimo empezó a comer puré. Los pasillos y la recepción del hospital pronto se acostumbraron a un montón de chicas que lo adoran, amigas y novias, que vienen a verlo y le hacen regalos y mimos.
XI
A estas horas podría estar en una fiesta en la casa de al lado, en algún bar en el centro, o lo mejor de todo, durmiendo. Pero no puedo despegarme de la puta pantalla con parlantes en la que escribo. Apenas tengo tiempo para fumar mal un pucho y tirar cenizas a mi alrrededor. Y lo cierto es que mañana me espera un largo día. Pero eso lo voy arreglar mañana. Es hora de escribir.
N e v e r l a n d
Gorro de lana, cuatro pesos, cinco de la mañana, cigarrillos.
Lunes, lejos del bar, de la noche muerta de calles que limpian con mangueras a presión neumática. Las luces apagadas, aquí, adentro de la ventana cerrada, la puerta ventana. Espero, pienso la jugada.
El fracaso, despertarse, invertir la plata, engordar, tener la piel rosada, generar legítimos recursos, amar. Militar por la reforma, por nuestro espacio de libertad, marchar, tender la cama, posar, ganar en la barra, pedir permiso, preguntar en el aula, ser invitado, aplaudir con ganas, reír a carcajadas, opinar sobre la matanza, comer con la empleada, mano a mano, porque así se peleaba. Había que salir de la vida disipada, la vida que no conduce a nada, que conduce al hospicio, o al a cárcel, o a la zanja. Había que salir de la vida deteriorada. Bienaventuranza: el boludito que fuiste en la primaria, en la secundaria, en la universidad, en la entrevista, en tu vida contemporánea. El espejo. La paja.
El Mundo Fantástico de Germán Wendel
Son gigantes habismados al descubrimiento, a la memoria y a la melancolía, habitantes de un alma nueva, apariciones oníricas de una belleza inquietante, alucinante, conmovedora.
ENTREVISTA
5 Preguntas a Germán Wendell
x Blef
-Personalmente encuentro la vida en Buenos Aires más estimulante, pero es una apreciación subjetiva, básicamente vivo en mi casa encerrado pintando, y salgo poco, generalmente voy a ver muestras, y acá por una cuestión de habitantes, las ofertas son mayores y más variadas, nada más.
Por otro lado no es un detalle menor que aquí el mercado es más amplio y hay más posibilidades de mover la obra...
- ¿Qué tipo de experiencia crees que vive colectivamente el arte en Córdoba?
-Me siento incapaz de hablar sobre el arte como un hecho colectivo, casi que no me interesa, lo que si puedo decir es que en Córdoba, tradicionalmente, han habido excelentes artistas con una sensibilidad propia y reconocible, no tan contaminada como la de ciudades mas grandes en las cuales la "actualidad" del arte tiene un peso mayor.
- ¿Qué es lo que se percibe desde Buenos Aires?
-En general hay un reconocimiento de muchos artistas (hablo de pintura, que es mi malambo) de varias generaciones, todos perciben el "sabor" local de la pintura cordobesa, los tiempos, la presencia del paisaje en la obra, el humor, etc.
- ¿En qué estás trabajando ahora?
-Ahora estoy trabajando sobre pinturas sueltas, un poco de aquí y otro poco de allá, siempre vuelvo a mi viejo amigo Brueghel, Estoy enganchado con "El país de Cucaña" una obra que representa el ideal de paraíso de una época donde la comida era escasa…
- ¿Cómo definirías tu técnica de trabajo?
-Desde el aspecto formal pinto sobre tela con acrílico, cuando el acrílico da todo lo que tenia para dar paso al óleo, es decir, aprovecho las ventajas del acrílico (rapidez de secado, fácil manejo, sin olor, etc.), para "armar" la pintura, y después si hace falta paso al óleo, de mejores cualidades plásticas.
Trabajo sobre varias obras a la vez, en general, y voy pasando a la que me le anímo. Trato de no meter mano si no tengo ganas, eso es una cosa que respeto mucho, no me considero un obrero de la pintura con horarios de trabajo estipulados, pinto cuando tengo ganas de pintar.
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